Era una mañana de primavera y ante ella, se extendía, una inmensidad de color verde, salpicada con pequeñas motas rojas. A ella, le encantaba la imagen del campo en esta época del año. Le parecía una inmensa y espectacular explosión de colores. La luz del sol le confería un brillo especial. La vida se abría paso después del letargo del invierno.
Amapolas y mariposas, aparecían a lo largo de su camino, intentando sacarla del melancólico letargo en el que se hallaba sumida.
Demasiado tiempo decían aquell@s que la conocían. Un sinsentido decían otr@s. Pero ella era una persona fiel a los dictados de su corazón.
La naturaleza hablaba. Le enviaba un mensaje para transmitirle serenidad y paciencia, para que fuera capaz de enfrentarse al camino que en estos momentos le tocaba recorrer. Su solitario vuelo había comenzado hacía ya muchos años y los latidos de su corazón marcaban el ritmo. Paradas de corta duración, necesarias para retomar el aliento y para reflexionar sobre las experiencias vividas. Momentos de tranquilidad y soledad para permitirse lo que más le gustaba a ella: contemplar el paisaje que la rodeaba y escuchar a su pequeño corazón.